Es importante saber

Cuando nos toca vivir la muerte de nuestros hijos nos enfrentamos con nuevos sentimientos que no entendemos, por lo que es necesario buscar ayuda y apoyo para avanzar en el proceso del duelo;  por eso Lazos es una alternativa en esta búsqueda y un apoyo incondicional  por padres que han pasado por la misma experiencia,  a través de los grupos de ayuda mutua.

El duelo no elaborado, da paso a una serie de dificultades con nuestra familia, nuestro entorno y acarrea problemas de salud.

Una vez elaborado el proceso de duelo, viviremos la vida de una manera más plena y encontraremos el significado de nuestra existencia, transformándonos en mejores personas.

Tienes razón para estar triste.

Tienes razón para estar triste: fue tu hijo(a) el que murió.

La tragedia ahora está en tu hogar y a lo mejor hubieras preferido haber estado en su lugar.

Estás desolado, desconcertado, a veces enojado y éste sentimiento además de ser lógico, es normal. La muerte de un hijo(a) es un suceso inesperado, para nosotros antinatural y por lo tanto difícil de aceptar.

Estás experimentando muchos sentimientos, que a lo mejor van en contravía con tus pensamientos, no los reprimas, permite que afloren. Esto te hará bien.

Durante el proceso del duelo por la muerte de tu hijo(a) sentirás soledad, vacío, ira, rabia, culpa y otra cantidad de sentimientos, por lo que pensarás que la vida no tiene sentido, que todo aquello por lo que luchaste, se ha perdido, se ha desvanecido, que ya nada tiene razón de ser y que además ya no te interesa.

 

También es posible que creas que has perdido la cordura, que oyes la voz de tu hijo(a) y sientas su presencia. No te angusties, el camino del dolor es así.

En Lazos encontrarás información acerca de cómo se vive este proceso, aunque cada duelo es único y personal. Nadie puede vivirlo por ti y sabemos por experiencia que aprender a manejar el proceso del duelo, te ayudará a recorrer el camino y a sanar la herida que la muerte de tu hijo(a) te ha dejado.

Sé indulgente contigo mismo

Las personas de tu familia, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, etc, en su afán de aliviar tu pena, te dirán frases que no podrás entender ahora, tales como: “Quien sabe de que lo libró Dios” o “Va a estar mejor allá, este mundo está muy mal” o “Tienes un ángel en el cielo” o “Por lo menos te quedan otros hijos” o “Todavía estás joven y puedes tener más hijos”.

Solamente los que hemos pasado por éste dolor de perder un hijo(a) podemos entender que nada de eso puede ayudarte y en cambio puede herirte.

El proceso del duelo debe ser lento y no existen píldoras mágicas que te sanen de un día para otro. Esto no es una pesadilla de la que podrás despertar, es una realidad.

El duelo es un proceso activo, no un estado  de adaptación ante la pérdida de un ser querido.

¿Qué es el duelo ?

Entendemos por duelo el proceso psicológico consecuencia de la muerte o desaparición de personas, esta reacción psicológica no sólo tiene componentes emocionales, sino también fisiológicos y sociales. En principio; el duelo no puede ser considerado como un trastorno sino como un proceso natural que acompaña a toda pérdida.

Las reacciones son diferentes para cada papá o mamá, pero de todas formas para cada uno es una experiencia muy dura y desgastante en la que surgen muchas sensaciones y sentimientos.

Todos estos sentimientos y sensaciones las hemos de vivir y elaborar durante el proceso, para que finalmente el vínculo con nuestro hijo(a) muerto(a), no se quede en un recuerdo que se añora, sino que se convierta en una presencia amorosa, que nos acompañará en el alma y el corazón.

El duelo y sus etapas:

Choque, Anestesia

Reacción normal y terapéutica, surge como defensa y perdura hasta que el  Yo consiga asimilar gradualmente el golpe. “Esto no me puede estar pasando a mí”, “Esto no puede ser real” son expresiones que nos hacemos con el impacto de la noticia.

Actuamos como indiferentes, ausentes, congelados emocionalmente, como títeres, hacemos lo que nos dicen, nos mueven de un lado para otro y estamos en otro mundo. La gente a nuestro alrededor, hasta comenta “lo fuerte que somos”.

Reconocimiento de la pérdida

Es una etapa donde se vive el dolor de manera aguda. Luego que pasa el funeral, las visitas, la presencia de personas que nos acompañan en esos primeros días, cuando debemos volver a nuestra vida “normal” empezamos a despertarnos de ese estado de incredulidad ante el hecho de que nuestro hijo(a) ha muerto, que la situación es irreversible y no podemos cambiar las cosas. 

Es ahí donde empezamos a vivir los momentos de mayor dolor, por ejemplo: cuando ponemos la mesa para comer y el puesto de nuestro hijo(a) está vacío, cuando entramos a su habitación y vemos que sus pertenencias ya no tienen dueño, cuando hacemos la primera ida al supermercado, la primera salida a la calle y nos encontramos con personas que conocían al hijo(a) que murió.

Es ahí donde empezamos a vivir los momentos de mayor dolor, por ejemplo: cuando ponemos la mesa para comer y el puesto de nuestro hijo(a) está vacío, cuando entramos a su habitación y vemos que sus pertenencias ya no tienen dueño, cuando hacemos la primera ida al supermercado, la primera salida a la calle y nos encontramos con personas que conocían al hijo(a) que murió.

Las fechas como cumpleaños, navidad, celebraciones en familia que se empiezan a vivir sin él o ella, son algunos hechos que se experimentan durante este camino que nos producen un dolor desgarrador, un vacío insoportable y que a veces queremos llenar con ocupaciones, imaginando su cercanía, confundiéndolo con personas en la calle, buscando en sus hermanos, esposos, novios, una actitud, una mirada, un contacto que lo(a)  traiga de vuelta; al no conseguirlo nos desilusionamos, nos frustramos  y nos deprimimos. Muchos de nosotros nos peleamos con Dios, con lo que representa, por el hecho que no hizo nada para proteger a nuestro hijo(a). Otros padres por el contrario se apegan a su fe. Durante esta etapa sentimos rabia, temor, culpa, miedo, desesperación, tristeza, ansiedad, confusión, soledad, algunos nos enfermamos, nos fatigamos, no queremos trabajar y sufrimos cambios en el apetito y el sueño. Cuando dolorosamente luego de haber vivido todo lo expresado anteriormente y alguna s otras cosas más, llegamos a ACEPTAR el hecho de que nuestro hijo(a) murió y no volverá. Empieza la recuperación.

Recuperación

El duelo como todo proceso, empieza y termina. Cuando aceptamos que nuestro hijo(a) murió, cuando podemos dirigirnos a los demás diciendo su nombre y mencionando hechos en pasado, hablando de cómo lo recordamos, de qué hicimos con sus pertenencias, es cuando entramos a la tercera fase, la recuperación y empezamos a reorganizar nuestra vida. Aprendemos a vivir sin la presencia física de ellos y comienzan ellos(as) a vivir con nosotros en otra dimensión: en el afecto.

Trascendencia

Superar un duelo no significa olvidar ni renunciar al recuerdo. Significa encontrarle a quien murió un lugar en nuestro espacio emocional, que nos permita seguir viviendo de manera eficaz.

La respuesta del hombre al sufrimiento yace en la trascendencia y ello implica encontrarle un sentido a la existencia de quien murió y un nuevo sentido a nuestra vida, que nos permita seguir viviendo sin la presencia física de ellos.

“El hombre que se levanta por encima de su dolor para ayudar a un hermano que sufre, trasciende como ser humano.” Victor Frankl

Cómo ayudar sin molestar

Para ayudar a los padres que han perdido hijos es importante saber que “el duelo es un proceso activo, de adaptación ante la pérdida del ser amado”. Cada uno lo vive de acuerdo a su personalidad, a la forma como el hijo(a) murió, lo que representaba para cada uno y otros factores que tienen que ver con la relación afectiva, edad, etc.
Al comienzo los padres pasan por un momento de shock en el que quedan como congelados, en estupor, no

entienden lo que está pasando. En esta etapa evite alabar la “fortaleza” que demuestra porque no es real, no son fuertes, están anestesiados. Asimilar la muerte de un hijo(a), no es tarea fácil.

Por ningún motivo administre pastillas, calmantes, eso sería perjudicial para iniciar el proceso del duelo; lo aplazaría y haría más lento y doloroso este camino. Un abrazo, sin emitir palabra alguna, es lo más reconfortante en esos momentos.

En los días posteriores al entierro, los padres empiezan a vivir un dolor intenso que cada vez es más agudo; viven sentimientos de desasosiego, insomnio, rabia, culpa, depresión, desinterés, no pueden creer lo que ha pasado y buscan respuestas al “¿Por qué pasó esto?, “¿Por qué a mí?

No hay fórmulas mágicas, ni consejos sabios para unos padres en duelo. La experiencia ha demostrado que existen actitudes que ayudan y otras que por el contrario, molestan.

Minimizar su pena diciendo que ha conocido tragedias peores. Para ellos la peor es esa: fue su hijo(a) el que murió.

Frases de cajón como: “tiene que ser fuerte”, “ya se le pasará”, “su hijo está mejor allá en el cielo”, o “quien sabe de que lo libró Dios”, la voluntad divina así lo dispuso para que cumpliera una misión especial”, “los hijos son prestados”, “no se torture más, no llore más”,etc,  no ayudan, lo único que quiere un padre o una madre adolorida es tener a su hijo vivo.

Juzgar o criticar las manifestaciones emocionales. Comprenda que están pasando por el dolor más desgarrador de su vida.

Durante los primeros días, evite el protagonismo; que no se note la ayuda que está prestando. Los padres en duelo pueden sentirse muy comprometidos y eso sería una carga más.

Propiciar o aconsejar cambios radicales en la forma de vida: cambio de ciudad, de casa, de trabajo. Ellos no están en condiciones de tomar decisiones asertivas. Aconseje tener calma para tomar decisiones.

Cohibir a los padres para mencionar al hijo(a) y recordar pasajes de la vida con él o ella. Recordar al hijo(a) hace parte del recorrido en el proceso del duelo y en su recuperación.

Actitudes positivas que ayudan durante el proceso del duelo

  • Respetando el tiempo que necesite para elaborar su proceso de duelo.
  • Respete su intimidad, sin abandonarlo.
  • Escúchelo sin interrumpir.
  • Permítale llorar delante de usted, no se sienta mal, ella o él lo necesita.

 

  • Los padres en duelo por la muerte de un hijo(a) necesitan hablar de su hijo (a) y recordarlo.
  • Ayúdelo en las tareas cotidianas. Por ejemplo con los niños pequeños si los tienen.
  • Permita que se enteren, si no lo saben, sobre la forma como murió el hijo(a) esto los aterrizará en la realidad y los pondrá en el camino del duelo.
  • Proporcione material de lectura que los pueda orientar.
  • Si le piden ayuda para arreglar las pertenencias del hijo(a) hágalo con prudencia, no tome la iniciativa, reciba instrucciones.
  • Encárguese de hacer las cosas que ellos no pueden o no quieren hacer en estos primeros días: compras de mercado, llevar los niños al parque o al colegio, pagar las cuentas, recibir las llamadas, inclusive dar apoyo económico, si está en capacidad de hacerlo, etc., mientras ellos estén en condiciones de tomar nuevamente las riendas de su vida.
  • Manifieste su incondicional presencia y apoyo para cuando lo requieran.

Cómo ayudar a los niños a enfrentar la muerte

Si en una familia fallece el padre, la madre, uno de los abuelos, un hermano(a), las siguientes pautas le ayudarán a manejar la situación del niño(a) en forma más saludable.

Infórmele en lenguaje claro y comprensible lo que pasó, no una sino varias veces, hasta que él pueda asimilar los hechos.

Emplee la palabra muerte y no la asocie con el sueño, una enfermedad (sin especificar si es grave), un viaje o designios de Dios que involucren premio o castigo.

Ayúdelo a comprender la muerte y el duelo; que las pérdidas son partes tristes e inevitables de la vida, que los sentimientos de tristeza, rabia y desprotección son temporales, y cuáles son las reacciones esperadas cuando alguien se muere.

Explíquele que las lágrimas son una manifestación normal en momentos de dolor y que en épocas de duelo los adultos suelen ponerse irritables, confundidos y muy cansados. Escúchelo todo el tiempo que sea necesario.

Pregúntele varias veces: ¿Qué pasó, quien te contó, dime más, cómo te sientes, que fue lo que viste… sin corregir ni juzgar respuestas.

Dedíquele un tiempo en medio del caos, haga que se sienta importante. Su presencia es el regalo más valioso para él. No se le “pierda”.

Indague por lo que quiere, dígale que no estará solo, que lo cuidará, que cuente con usted. Fomente el juego, pues a través de esa actividad es como el niño afronta y elabora situaciones difíciles.

Facilítele tierra, plastilina, colores, arena, una almohada para golpear si está muy bravo.

Proteja la privacidad cuanto pueda y defienda ciertas rutinas como acompañarlo a dormir, comer y dormir juntos. Que el desorden o las visitas no le alteren totalmente su orden y sus hábitos.

Así mismo respétele su privacidad y si él lo quiere así, déjelo a ratos solo.

Facilite la expresión de sentimientos, ayudándole a ponerle nombre a lo que siente. Muéstrele que sentir rabia, miedo, tristeza, no es malo ni bueno, es natural y que compartirlo con alguien nos hace sentir menos solos y menos asustados.

El contacto físico ayuda mucho, abrácelo, acérquese, acarícielo, pero siempre respetando los límites que le hagan sentir cómodo.

Los rituales para conmemorar son muy útiles: sembrar un árbol, ratos para recordar, escribir una carta a quien murió, hacer un álbum de recuerdos, encender una vela.

Tomado del libro “El duelo en los niños de Isa Fonnegra de Jaramillo”

Cómo incide la pérdida en la pareja

  • Al iniciarse el duelo, vivencias confusas y negativas, como la culpa, el resentimiento, la impotencia, la sensación de ser incomprendidos por el entorno familiar y social se hacen presentes en ambos padres. Son además estas emociones, vividas de modo particular en cada uno de ellos y a menudo no coinciden. Frente a tales hechos, el silencio, la incomunicación, la hostilidad o los reproches se instalan en la relación de la pareja 

 que buscará entonces resoluciones individuales a sus duelos, distanciándolos aún más. Además un falso sentimiento de fidelidad hacia el hijo(a) ausente y el sinsentido del vínculo comenzarán a instalarse en ellos.

Es a través de éste camino, el modo en que se cumplen las estadísticas que conocemos y que hablan de un aumento de las separaciones en las parejas que han perdido hijos. Al detenernos al análisis de éste relato, notamos que las características del vínculo preexistentes a la pérdida, cobren una incidencia tan lamentable en la evolución de los hechos. Los que con antelación al duelo mantenían una relación conflictiva, caracterizada por incomunicación, resentimientos, sensación de encierro y falta de libertad, mala sexualidad, infidelidad, desvalorización de su cónyuge, fracaso en cuanto a los roles básicos que toda pareja debe asumir; son los que dan razón a las estadísticas, ya que la pérdida obra como detonante que pone manifiesto todo lo que hasta allí se negaba.

De todos modos el alejamiento podría evitarse, si llegado a este punto ambos padres reconocen y asumen la situación. Recurriendo a una ayuda externa (espiritual, grupos de ayuda mutua o terapéutica) podrán evitar sumar el dolor de la pérdida, el fracaso y la ruptura del vínculo. En cambio, una pareja bien integrada, compartirá su dolor, cada uno será para el otro el interlocutor para el duelo, buscarán juntos ayuda, esclarecimiento, consuelo y así unidos recorrerán el difícil camino. No habrá silencios, recordarán al hijo(a), a veces con una lágrima, otras con una sonrisa y el vínculo quedará fortalecido por la experiencia compartida.

Algunas sugerencias finales para los padres que atraviesan por situaciones de conflicto:

  • Escuchar las demandas y requerimientos del otro.
  • Identificarse con el sentir del cónyuge.
  • Estar atento al lenguaje verbal y corporal en la comunicación.
  • Romper los pactos de silencio con respecto al duelo.
  • No postergar un diálogo por temor al conflicto.
  • Incluir la tolerancia y las concesiones en la relación.

Doctor Carlos Bianchi.